Adiós al Hoyts San Agustín: una carta de amor

La tradicional sala del centro de Santiago se despide de forma abrupta, pero también predecible con el lanzamiento de la misma cadena en Vivo Imperio, a menos de una cuadra. Acá un sentido homenaje.


Cuesta recordar la primera vez que asistimos a un lugar cuando ya superaste la barrera de los 30 -que asoma cada vez menos sicológica, pese a lo que postule el instagram de autoayuda que sigas-. Pero algo pasa con las películas, artilugios de cultura popular destinados muchas veces a este simple escrutinio mental: olvidables o inolvidables.

¿Qué pasa con las salas de cine y las vivencias que tuvimos en ellas? ¿Dónde se van todos los recuerdos que acumulamos en un lugar físico cuando éste desaparece y es reemplazado por uno de más y mejor tecnología? No hay respuesta -a cualquiera de estas preguntas- que no sea personal y obvio, en Mouse te pedimos la licencia para hablar de nuestro corazón de vez en cuando. Esta es una de esas -dolorosas- veces.

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Se anunció el cierre de la sala Hoyts de San Agustín y todo amante del cine que se precie de ser tal tendrá una historia para contar en ella. Partamos por casa, aunque el recuerdo no es tan lejano. El 2015 se estrenó The Force Awakens, el regreso de Star Wars a la pantalla grande tras el fiasco de las precuelas. Y ahí estuvimos, cuando éramos sólo un webshow y no imaginábamos aún este rincón de amor a la cultura pop y las ñoñerías como el refugio web que es hoy. El recuerdo es claro y la convicción era una sola: había que ir a la primera función de la película en un cine clásico. Chao con las premieres, las funciones de prensa y cualquier chance de ver antes la película. Lo importante era verla con la gente, los fanáticos que de a poco empezaban a impulsarnos a nosotros. Quienes llevaban años manteniendo vivo el recuerdo de las creaciones de George Lucas. Así que hicimos un especial desde las 9 am en el centro de Santiago, lejos de la chimuchina de los mall y los cines de pantalla mega re contra gigante que amamos, pero desde hace menos tiempo. Ahí, el equipo de ese incipiente #MouseLT entrevistó al verdadero amor de Star Wars: conserjes que no habían pegado un ojo en la noche para llegar a la función de las 10 am. Estudiantes que capearon clases. Gente que escapó de su trabajo. Amantes de la fuerza disfrazados de sus personajes favoritos que, como si se tratara de una nueva esperanza, creían en la trilogía que iba a impulsar Disney, compraron su entrada por adelantado y quisieron estar en la primera función del día en ese cálido diciembre en calle Moneda. Ahí supimos que Mouse duraría más de lo que pensábamos. Y claro, en la tarde nos fuimos a otro cine de la misma cadena, pero la magia ya había ocurrido ahí, a pasos del Teatro Municipal -que hoy también sufre-, en los cimientos del ala sudeste de esa viejas galerías que tanto transpiraban con el fuego en los noventa.

Luego todo es personal: la primera vez que vi El Rey León. La primera vez que entré a un cine. Los años que me dediqué a ser entrenador amateur y cada domingo -que no fueron pocos- en que tocó perder -a veces por goleada- alguna película amainó las ganas de mandar algo o todo al carajo. No hay mejor sensación que descubrir que puedes entrar en ese portal, en medio de los edificios, los fósiles del centro de Santiago que empezó a entrar en su propio otoño cuando se instaló alguna vez lo que llamaron "Mall del Centro". Las faldas del Santa Lucía, antes de la gentifricación del Barrio Lastarria o la cada vez más oscura luz de lugares como Espectáculos Kim.

Una cita viendo Man of Steel con la esperanza de replicar alguna postal de Doogie Howser la vez que fue a ver Batman (1989). Una tomada de mano emocionante mientras Clark salva a Lois una y otra vez. O de vuelta en el presente, mirando The Last Jedi en la primera proyección nocturna el día del estreno, entre fanáticos que la amaron y se echaron de menos en los debates en torno a la película. El universo Marvel casi completo se proyectó en ese cine para mí y, curiosamente, el recuerdo más emocionante es el de un amigo -que quizás ya no lo es- con el que equivocamos el día de proyección en Civil War. Y hablando de Avengers: esa hermosa foto que tomé de los vendedores ambulantes posados afuera del cine con su merchandising pirata como si de un concierto se tratara, con la leyenda "Endgame" grabada a fuego en impresiones baratas.

https://twitter.com/marcelocordova/status/1166172021283262464

La Forma del Agua un domingo llorado, el reciente enojo tras Jurassic World Fallen Kingdom o, como bien apuntaba un colega en Twitter, el llovido estreno de The Dark Knight en 2008. Cualquiera de estas postales hoy aprieta el corazón. Porque cada vez que salí de ese cine de noche, un sábado, domingo, viernes o miércoles de precios baratos, tenía esa extraña sensación de que la ciudad en la que crecí seguía viva, como escondiéndose de ese progreso con ruido de taladro que ya se comió a muchos rincones de Santiago. Pensaba que la Biblioteca Nacional protegía a ese cine. Mi cine. El lugar en que al salir de noche pensaba que así se habían sentido los Wayne tras ver El Zorro junto a Bruce.

Y los recuerdos son tantos como imborrables. Algunos habrán visto alguna de Spielberg ahí. Quien sabe si alguna secuela de Jurassic ParkLos Sospechosos de Siempre. El reestreno de El Exorcista. Alguna de esas, las obras y autores que hacen que exista un rincón como Mouse. Duele despedirse de un lugar en que amaste la vida, comprendiste que no estabas solo por más que los malos insistieran, escapaste de la pena por dos horas y fracción, bajaste las escaleras mecánicas con la esperanza de que Batman v Superman fuera todo lo que esperabas y las subiste de vuelta, siete veces, con tus mejores amigos, tratando de convencerlos de que valía la pena. Una foto de ese Chile escondido, rincón imposible de invadir, hoy dice adiós. Y desde acá sólo puedo decir gracias, por estar ahí cuando San Borja y el Metro UC fueron un hogar. Cuando esas caminatas desde Portugal hasta la bendita calle Moneda nos hicieron pasar por Tenderini para cortar camino y vitrinear, si es que, el repuesto de alguna lavadora arrumbada en los recuerdos, en la casa de mis papás. Películas miles. Emociones, imborrables. El Hoyts San Agustín ha muerto y con él, un trozo de mi corazón. Historias de Miedo Para Contar en la Oscuridad es la última película que se proyectará. Como una broma del destino, me digo. Larga vida, en nuestras atribuladas memorias, al Hoyts San Agustín.

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