Review | El Hoyo es lo suficientemente ingeniosa como para disipar su aire de refrito

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La producción española del momento en el servicio de streaming entrega una experiencia que recuerda a otras propuestas, pero brilla con luces propias en el contexto actual de cuarentenas.



Mientras veía El Hoyo, era inevitable pensar en otras películas. La primera que sale a colación, obviamente, es El Cubo, aquella propuesta de ciencia ficción de bajo presupuesto dirigida por Vicenzo Natali. A pesar de que el entorno de El Hoyo es mucho más simple, y menos elucubrado que en la propuesta de 1997, es inevitable recordar sus mecanismos.

Desde que el protagonista de El Hoyo despierta en un recinto desconocido, al que aceptó entrar de forma voluntaria, sus interacciones se van entrelazando a una serie de otras personas que están encerradas también y que poco a poco le ayudan a develar el sistema que rige en el lugar.

A diferencia de El Cubo, el misterio sobre el funcionamiento no es un misterio completo, ya que todos saben donde están y por qué. Como una especie de cárcel, El Hoyo es un recinto en donde está en proceso una especie de experimento social. Una vez al día, una gran mesa llena de comida comienza a descender a cada nivel, habitado por un máximo de dos personas. Pero aunque el alimento podría ser suficiente para todos, los que están al tope comen como sabañones y no dejan nada para el resto.

Si estás en el primer nivel, pues bienvenido a lo más alto de la pirámide, pero si estás en el 48, ya comienzas a sufrir con las migas. En el 100 ya estás casi condenado a realizar accesiones inhumanas y en el 200 el mejor camino es el suicidio ante el hambre, ya que tienes que esperar todo un mes para cambiar aleatoriamente a otro nivel.

Todo ese factor saca a colación a otra película. Aunque El Cubo parece la inspiración más ineludible, también la producción tiene un factor social que recuerda a Snowpiercer del laureado Bong Joon-Ho. En ese sentido, y con la estructura definida, inevitablemente El Hoyo se comienza a marcar por la necesidad de cambiar las cosas, de romper el modelo y establecer el fin de la norma en donde unos pocos viven bien.

Puesto en el papel, el tufillo de refrito podría ser la principal condena por la que se podría juzgar a El Hoyo, pero  lo que salva a esta producción española dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia, y con un guión de David Desola y Pedro Rivero, es que es lo suficientemente ingeniosa para romper el molde y lucir por cuenta propia.

Dicho ingenio va directamente relacionado con el entorno de su producción, que no luce ni pobre ni se excede con efectos, y con la forma contenida en que se arma la estructura de su relato. De hecho, su historia va sacándole el jugo a la idea de que siempre se puede dar con un nivel peor, por lo que hasta al final hay espacio para la sorpresa.

Al mismo tiempo, las actuaciones logran iluminar a una película de corte oscuro que se beneficia cada vez que surge algo de humanidad. Mal que mal, constantemente somos ahogados por las terribles situaciones que se dan en El Hoyo, que saca a relucir lo peor de las personas y en donde la carnicería literalmente puede ser el pan de cada día.

Por eso la personalidad propia que logra establecer El Hoyo es lo que termina primando para hacer de su propuesta algo lo suficientemente único como para despercudirse de las similaridades.

Tampoco es menor que su metraje sea acotado y eso permita que nos lancemos en caída libre al agujero casi sin fondo de su historia, por lo que no le sobran minutos ni se siente como una experiencia casina, más allá de lo agobiante que pueda ser para algunos ver un encierro tan terrible, y con tortazos de privilegios notorios entre los de arriba y todos los de abajo, en el contexto del COVID-19. Pero por eso mismo esta puede ser una película completamente apropiada para lo que está pasando.

Y esa lectura, lo que se entrelaza en el escenario actual, es lo que termina elvando a El Hoyo, en vez de enterrarlo literalmente allá donde no brilla el sol.

https://www.youtube.com/watch?v=24Lf7fmKIXI

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